Cuentos Populares Azerbaiyanos: Sentencias de un cadí

Erase un pobre hombre llamado Sadig. Tan pobre era que su familia siempre andaba hambrienta.

Un día fue a ver a un rico vecino y le pidió un poco de dinero. El vecino se lo prestó, con unos réditos muy altos, y le hizo firmar un recibo. Cuando expiró el plazo, el vecino fue a casa de Sadig a que le pagara la deuda. Pero Sadig no tenía dinero, y el vecino lo denunció al cadí.

Camino del tribunal vieron a un asno cargado que se había empantanado en el barro. Aunque su amo le pegaba de palos, el animal no daba un paso. El bueno de Sadig se ofreció al hombre para ayudarle a sacar el asno de allí. El hombre aceptó encantado y se puso a tirarle de las orejas al asno mientras Sadig le tiraba del rabo. Y tanto tiraron que acabaron arrancándoselo.

Entonces el hombre exigió de Sadig que le diera un asno con rabo en lugar de aquél. Pero, como Sadig no podía acceder a lo que le pedían, el amo del asno se unió a ellos para denunciar el caso al cadí.

Mientras caminaban, Sadig iba pensando en que, además de la cantidad confirmada en el recibo, tendría que pagar los réditos y una multa y luego responder por haberle arrancado el rabo al asno. Y decidió darse a la fuga. 

Al pasar por delante de un portón pensó que lo mejor sería escapar a través del patio de una casa ajena para dificultar la persecución.

De manera que empujó con fuerza una de las hojas, golpeando a una mujer embarazada que se encontraba detrás. La mujer se desplomó y al momento dio a luz una criatura muerta. A los gritos de la mujer acudió el marido, que agarró a Sadig por el pescuezo para conducirle al cadí.

Ahora estaba ya seguro Sadig de que el tercer demandante pediría que le metieran en la cárcel.

«Conque si, por añadidura, me meten en la cárcel —pensaba Sadig —, entonces sí que se muere de hambre mi familia.»

Y decidió que, antes de soportar aquel sufrimiento, más le valía quitarse la vida.

Por eso, cuando pasaban al borde de un profundo barranco, Sadig se tiró a él desde una gran altura y fue a caer encima de un anciano que dormía abajo. Al viejo le aplastó el vientre con los pies, pero el quedó ileso.

El hijo del anciano, que estaba segando allí cerca, le echó mano a Sadig y quiso degollarle con su guadaña para vengar la sangre de su padre.

Pero Sadig le dijo:

—  Espera un poco. Ahí están tres demandantes que me conducen al cadí. Si te unes a ellos, seréis cuatro. Por la muerte de tu padre, seguro que el cadí manda que me maten a mí. Entonces yo le pediré que seas tú quien me quites la vida, vengando así la sangre de tu padre. Y, antes de morir, podré rogarle a Dios que me perdone mis pecados.

El hijo del anciano aceptó y se encaminó al tribunal en compañía de los otros demandantes.

Así llegaron los cinco al patio del cadí. Pero no le encontraron a él en su sitio de costumbre, y nadie se atrevía a entrar en la casa por temor a molestarle.

Entonces Sadig, a quien ya le daba todo igual, entró sin llamar en un aposento y sorprendió al cadí teniendo sobre sus rodillas a una mujer que había ido a verle para algún asunto.

Sadig salió precipitadamente de la habitación, cerrando muy bien la puerta, y dijo a los demás en voz alta:

— Tendremos que esperar un poco. El cadí está ahora rezando para que la gente cometa menos pecados.

El cadí oyó lo que decía, dejo pasar un poco de tiempo y luego salió al patio.

— ¿Cuál de vosotros ha entrado cuando yo estaba rezando? —  pregunto.

—  Yo — contestó Sadig.

— ¿Qué asunto te trae?

— Yo soy el demandado y estos cuatro son mis demandantes.

El cadí ocupó su sitio y comenzó el juicio.

El primer demandante dijo:

— Sadig me debe dinero y no me lo devuelve. Aquí está el recibo. Oblígale a pagarme.

El cadí leyó el recibo y exclamó:

— De manera que tú das dinero a rédito, ¿eh? ¿Y no sabes que, según la ley, eso no está permitido y se considera un grave pecado? De manera que, para limpiar tu alma de ese pecado, yo autorizo a Sadig a no devolverte el dinero del recibo y a ti te pongo una multa en favor de Sadig.

El marido de la mujer que había dado a luz un niño muerto expuso su querella al cadí y le pidió que castigara a Sadig.

A lo que el cadí contestó:

— Tendrás que esperar a que la mujer de Sadig se quede embarazada. Entonces te permitiré que vayas a la casa de Sadig y, sin querer, hagas con su mujer lo mismo que ha hecho él con la tuya.

Y luego le preguntó a Sadig:

— ¿Cuánto tiempo hace que tu mujer tuvo su último hijo?

— Treinta años — contestó Sadig.

— No pierdas las esperanzas – tranquilizó el cadí al demandante, — todavía puede quedarse embarazada.

Luego le tocó al hijo del anciano explicarle al cadí cómo había matado Sadig a su padre.

Sin pensárselo mucho, el cadí encontró la solución:

— Que Sadig se acueste en el mismo sitio donde estaba durmiendo tu difunto padre (¡el profeta alivie su alma el día del juicio final!) y luego tú tomas carrerilla y te tiras al barranco con los ojos cerrados. Si caes sobre Sadig y le matas como él mató a tu padre, yo no te juzgaré por asesinato.

— Yo no salto desde esa altura – protestó el demandante. – Conozco muy bien ese barranco, que está cubierte de riscos. Conque permíteme perdonarle a Sadig la muerte de mi padre.

Entonces el cadí le condenó, por desacato, a pagar una fuerte multa a favor de Sadig.

En esto vio Sadig que el cuarto demandante se disponía alargarse de allí y le dijo al cadí:

— Este otro se querella contra mí porque le he arrancado el rabo a su asno. 

— iNo, no! – se apresuró a negar el hombre. Mi asno ha nacido sin rabo. Si he venido aquí, ha sido por el placer de escuchar las sentencias de un cadí tan justo y tan sabio.

Cuando todos los demandantes se marcharon, el cadí hizo pasar a Sadig a su casa y, por la ocurrencia de decir «el cadí está ahora rezando para que la gente cometa menos pecados», le invitó a comer el plov con él antes de que volviera a su casa. 

Este cuento fue anotado por Ahliman Akhundov 1947, gracias al narrador Miralí de la aldea Dallar, Shamkir de Azerbaiyán.

  • cadí: especie de juez o gobernador
  • plov: pilaf, arroz sofrito y después cocido, que se prepara de muy diferentes formas.
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